Pequeñas corrupciones

Artículo publicado en el Diario de Girona, el 7 de diciembre de 2012

Ya debe hacer un par de años, cuando se destapó el caso Millet, en este mismo periódico publicaba un artículo de opinión sobre la corrupción. Hablaba de un factor que en todos los casos se repite y que teniéndolo en cuenta se puede llegar a prever este fenómeno: el tiempo. Ponía otros ejemplos del pasado: el asunto Filesa, Malesa y Time-Export, con la financiación ilegal del PSOE de Felipe González, y el de Santa Coloma de Gramenet con Bartomeu Muñoz como alcalde.

Decía que cuando una persona llega al gobierno de una institución pública o una organización privada necesita un tiempo para aprender cómo funciona y hacer mejoras. Hay un momento que ya lo sabe todo o casi todo y ya ha hecho todo lo que venía a hacer. Es este instante lo que se debe evitar, cuando esta o estas personas piensan en ellos mismos y no en los demás.

Hacía referencia a Philip G. Zimbardo, psicólogo social estadounidense que explica en su libro El efecto Lucifer como el factor tiempo hace malvadas las personas. Dice que el hecho de vivir en una situación de constante presente, con presión, sin perspectivas de futuro y conscientes de ostentar el control indefinidamente, hace que las personas, una vez asimilado su rol y las rutinas asociadas, se comporten haciendo un mal uso de su poder y corrompiendo las reglas en su favor. Este es el origen de la maldad. A pesar de no es el espíritu de este artículo, en la corrupción hay maldad, como una forma de violencia de unos pocos hacia el resto de la sociedad, saltándose las reglas en beneficio propio, aprovechándose de la esfuerzo de los demás, apropiándose de lo público, del bien común.

Pero como se puede dar esta corrupción a los ojos de los trabajadores de la administración? Y lo que es peor, como es que la gente afirma saberlo y que no se haga nada? Precisamente, en el caso de Sabadell, se habla de un pliego de un concurso elaborado a medida de la empresa ganadora. Personas de la ciudad afirman que ya se sabía, porque había rumores de que siempre beneficiaba a los mismos.

Mis amigos en la administración, pero también a las empresas y entidades, me dicen que estas cosas pasan y que todo empieza con pequeñas excepcionalidades en el trabajo para salir adelante, para no quedar bloqueados, para mantener el mismo presupuesto del próximo año, para no perder un dinero de una subvención, de un convenio o de un fondo europeo y porque las reglas no previeron este caso. Bajo estos parámetros, las actitudes personales frente a las ilegalidades son permisivas y se vuelven laxas. Ya no hay que esconder ni justificar pequeñas corrupciones de algunos que se aprovechan de los demás, como por ejemplo, un jefe que llega tarde cada mañana y pide a su secretaria que fiche por él a la hora correcta o hacer que un trabajador de su equipo vaya al mercado a hacerle la compra, evidentemente en horario laboral, o aprovechar el trabajo que hacen los demás para sacar provecho, económico o de prestigio, públicamente.

La gravedad de estas situaciones es que las unas se conectan personalmente y profesional a las otras, las de pequeña escala con los casos de corrupción, de tal manera que las cosas se pueden hacer mal, en beneficio de un pocos y convirtiéndose normales. Entonces la corrupción se institucionaliza, convirtiéndose en un conflicto público, pero también social, ya que después cuesta cambiar comportamientos.

Y es que la corrupción como conflicto no se da de la noche a la mañana. Como en los grandes casos, en estas pequeñas corrupciones el tiempo también tiene un peso determinante.

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