Artículo publicado en el Diari de Girona el 5 de marzo de 2012.
Ahora que se habla tanto de la felicidad, hace falta tener presente que
vivir con conflictos nos hace infelices y la incertidumbre del
resultado todavía más.
La felicidad ha sido objeto de búsqueda y de tratamiento en el
pensamiento de la humanidad y en las políticas de los que nos
gobiernan. ¿Como ser feliz? ¿Como conseguir la satisfacción de los
ciudadanos?
Últimamente he tenido notícias que se han recuperado y creado indicadores
objetivos y subjetivos para medir la felicidad de las personas,
puesto que hay la evidencia empírica que demuestra que los individuos
pueden y quieren valorar su nivel de felicidad. Incluso, el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) por la vía del Instituto d’Análisis Económico investiga la relación que se establece
entre la economía y la felicidad, puesto que estudiarla permito entender
las preferencias de los individuos y su comportamiento, pero también
evaluar los efectos de las políticas y el grado de satisfacción de
los ciudadanos y del país en general.
Aun cuando hemos logrado índices muchos altos de bienestar económico y
social, los indicadores objetivos y subjetivos indican que hay cosas
que nos hacen infelices, como por ejemplo, la incertidumbre, el paro,
etc.
En una sociedad como la nuestra dónde todo cambia rápidamente y que nada
de lo que hemos conocido se mantiene, sólo el conflicto parece como la única
coordenada estable que permite entender y explicar el funcionamiento de
la sociedad.
En este contexto, nuestra capacidad y la de los que nos rodean, individual
y colectivamente, de resolver los conflictos nos da más
oportunidades, objetiva y subjetivamente, de lograr niveles más altos de
seguridad y de felicidad, y a su vez de crecimiento económico,
puesto que evitamos la aparición de conflictos innecesarios y somos más
eficientes en su gestión.
Subjetivamente, cuando resolvemos un conflicto de forma positiva,
escuchando y hablando con la otra persona y acordando una solución, nos
liberamos de una carga psicológica emocional que nos pesaba y no nos
dejaba concentrarnos en el resto de cosas del día a día, afectando
nuestro comportamiento y la relación habituales con los que nos rodean.
Si se trabaja bien, el proceso de reconciliación nos hace crecer como
persona y a través del perdón, espiritualmente.
De forma objetiva, llegar a una solución donde las dos personas o
grupos están satisfechos, representa a corto plazo la eliminación de los
costes directos y continuos del enfrentamiento, pero también unos
beneficios inmediatos derivados de la visión positiva de los otros y hacia nosotros y de nuestras capacidades. Sabiendo gestionar
conflictos, nos habremos convertido de entrada en un agente productor de
felicidad. A largo plazo, si procedemos a reflexionar sobre las causas
del conflicto y del proceso que hemos seguido para lograr la solución,
obtendremos un aprendizaje para el futuro de cómo abordar los
conflictos y orientarlo hacia su resolución. Así, nos habremos
convertido en un promotor estable de la felicidad.
Mientras que en el pasado se ha creído que sólo unas personas estaban
capacitadas para resolver conflictos, hoy hemos descubierto que todo el
mundo, con unos conocimientos básicos - tener una actitud positiva,
detectar los intereses y las necesidades de las personas enfrentadas,
hacer aflorar y analizar las causas de la confrontación, dialogar con
el supuesto adversario, crear un clima de confianza, fomentar la
creatividad y buscar la ayuda de personas del entorno -, puede
encontrar y construir soluciones eficaces, eficientes, satisfactorias y
durables a los conflictos.
No hay mejor indicador objetivo y subjetivo de felicidad que aquél que
muestra como las personas, individual y colectivamente, son capaces de
resolver de forma satisfactoria los conflictos y crear una esfera de
convivencia y seguridad.
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