Caballeros y villanos

XAVIER PASTOR, director del postgrado de Resolución de Conflictos Públicos de la Universidad de Girona.
EDUARD CARRERA, alumno del postgrado 2009-2010

Publicado el 2 de agosto en el Diari de Girona.

Hay un dicho ancestral inglés que afirma que, en comparación con el rugby, el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos, con unas reglas muy marcadas que castigan la violencia para lograr la victoria, pero que su popularidad y fácil práctica permiten que lo puedan jugar personas de bajo estatus social -de villas- con comportamientos inmorales.

Anelka, jugador francés veterano que ha militado en las filas de grandes equipos de fútbol, insultó a su entrenador en la mitad del partido frente a México, cuando este le exigió un plus de esfuerzo y de sacrificio. Sus compañeros fueron testigos y la prensa se hizo eco enseguida de los hechos sucedidos en el vestuario, convirtiendo un problema entre jefe y trabajador en un conflicto de todo el equipo, de carácter público y de alcance mundial. El entrenador, Domènech, respondió que no jugaría la segunda parte. La Federación Francesa de Fútbol expulsó al jugador del Mundial. El resto de compañeros, a través de una solidaridad malentendida y previendo que el conflicto, así como el juego desplegado, comportarían la rápida eliminación de la selección, se negaron a entrenar, propiciando el regreso a casa.

Es evidente que el entrenador y los jugadores, así como la Federación Francesa de Fútbol, no supieron leer el contexto de esta situación conflictiva, puesto que este equipo llegó muy atormentado al Mundial. Meses atrás, su clasificación fue objeto de duras críticas cuando ganaron el partido contra Irlanda con un gol hecho con la mano. Los villanos habían ganado. Pero tampoco supieron o no quisieron analizar las causas que provocaron el conflicto, sólo hace falta ver la cronología de los hechos: Anelka insulta el entrenador, este no lo deja jugar, la Federación y el equipo técnico deciden expulsar el jugador del Mundial, un jugador acusa de "chivato" al preparador físico, un y otro casi llegan a las manos, los jugadores se niegan a entrenar, el entrenador lee el comunicado de los jugadores, la prensa francesa critica el comportamiento de todo el equipo, el delegado de la selección francesa dimite fastidiado por los jugadores, Francia no gana el siguiente partido y en el último partido del grupo es eliminada, antes se comunica que tras el Mundial se cambiará el seleccionador y el presidente de la Federación deja su cargo.

Un insulto, y sobre todo si es público y se hace público, tiene unas repercusiones muy elevadas de presente y de futuro para las personas implicadas en un conflicto, pero también para los afectados, los jugadores, el equipo técnico y los representantes de la federación de fútbol, y para los interesados, la prensa, el gobierno y la sociedad francesa y el mundo del fútbol y las personas en general. De entrada en una situación de esta clase, no se puede tolerar el comportamiento del jugador y, por lo tanto, se lo debe separar temporalmente del resto del equipo y a la vez para conocer y verbalizar cuáles han sido los auténticos motivos que lo han ocasionado, puesto que sino será prácticamente imposible recuperar la confianza entre estos dos profesionales y de ellos con el resto. Hace falta después comunicarlo y hacerlo público, explicando los motivos de la reacción del jugador. Hacerlo de este modo, significa comportarse como caballeros y trabajar para que no se vuelva a producir una situación como esta en el futuro.

Unas pocas habilidades en la gestión y resolución de conflictos hubieran ayudado. Nada de todo esto se ha hecho ni parece que se hará. El nuevo seleccionador, Laurent Blanc, ha decidido no convocar a ninguno de los jugadores del Mundial para el próximo partido. Muerto el perro, muerta la rabia. Es evidente que esta decisión tendrá una efectividad inmediata, pero en ningún caso habrá solucionado el mencionado conflicto, al contrario, se ha preferido huir o evitarlo. Mientras tanto, los 23 jugadores del Mundial y su entrenador serán popularmente estigmatizados, no tanto por la eliminación del Mundial, como por su incapacidad para gestionar un conflicto y mostrar una imagen colectiva denigrante.

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